Por Dr. Rogelio Díaz Ortiz
Muchos han sido los efectos provocados por la pandemia, se han alterado códigos, horarios, comunicación, convivencia, respeto, tolerancia, alimentación, hábitos, rutinas, valoración del tiempo presente y expectativas del futuro. Nada de esto ha sido fácil, sentimientos y emociones nos han transformado. Noticias provenientes de los cuatro puntos cardinales del planeta influyen en nuestro ánimo, los catastrofistas causan miedo e incluso pánico; los indolentes siguen afirmando que no pasa nada y nos “invitan” a salir para desarrollar nuestra cotidianidad; los economistas calculan el costo / beneficio de las muertes contra el desempleo y crisis económica; las autoridades intentan “cuadrar” las cifras de infectados y decesos; los medios de comunicación “intentan” explorar los hechos y formar opinión; los científicos hacen una y mil pruebas para encontrar una vacuna y/o el tratamiento que finalice con esta enfermedad; los médicos, enfermeras, laboratoristas clínicos y demás personal del sector salud hacen esfuerzos sobre humanos para atender y salvar la mayor cantidad de vidas posibles.
Todo ello bajo condiciones adversas al carecer de material, equipo e insumos por lo que su titánica tarea les ha puesto en el “ojo del huracán” al arriesgar su propia vida y enfrentar la estigmatización de quienes les señalan, ofenden y agreden al considerarles “sujetos de riesgo y contagio”. No hay duda de que el miedo a la muerte, y ese esperarla día a día con inexorable desesperanza, es una tragedia que el hombre que la sufre la ha ido
fraguando a lo largo de esta cuarentena. Se afirma que el sector más vulnerable es el de los adultos mayores por lo que no son pocos quienes, con ceguera supina, ven esta pandemia con indiferencia al considerar que ya “vivieron lo suficiente” y que se puede prescindir de ellos. Valdría la pena recordarles que “el hombre es tan viejo como su desilusión y tan joven como su esperanza”.
El ejercicio de la profesión médica ha mutado del reconocimiento, estatus y agradecimiento al escenario de exigencia, riesgo e inseguridad. Sin duda que experiencias como las que hoy “vivimos” genera alteraciones de conducta y estrés, pero este es un fenómeno que no justifica, de manera alguna, la agresión a nadie y mucho menos al personal del sector salud que abandonan la comodidad de su hogar y la calidez de su familia para convertirse en “la primera fila” de combate a la pandemia, sin importarles que en ello están poniendo en riesgo su vida, presente y futuro.
Quienes decidimos elegir ejercer la medicina como profesión, lo entendimos, desde nuestra formación en las aulas, como un acto de amor al prójimo, con sentido de responsabilidad social, de estudio y aprendizaje constante, conscientes de nuestras limitaciones personales y necesidad de trabajar en equipo, con el conocimiento que su práctica deberá de hacerse bien y de buenas las 24 horas de cada uno de los 365 días del año, con férrea disciplina y en constante “comunicación” con Dios. Quizá por todo ello es que desde hace muchos siglos el Médico ha sido distinguido por la sociedad con su respeto, reconocimiento y admiración.
Por muchos años al Médico se le ha visto como líder social, guía, consejero, inspiración, reto y en no pocas ocasiones ejemplo para las generaciones de todos los tiempos. Hoy a pesar de la falta de medicamentos, equipo e insumos básicos el Médico sigue firme en los consultorios, clínicas y hospitales para ejercer su “apostolado”, varios de ellos se han contagiado y lamentablemente han muerto en cumplimiento de su deber. Hemos sido testigos de los testimonios de infinita gratitud que se les brinda en Italia, España, China, Alemania y Francia. Por ello es que no entendemos ni aceptamos las agresiones que Enfermeras y Médicos sufren en México.
Por supuesto que los médicos, enfermeras, camilleros, laboratoristas y demás integrantes del sector salud, no deseamos ni esperamos que se nos vea ni trate como héroes, pero si necesitamos se nos vea como seres humanos, con debilidades y fortalezas, con fragilidad y entereza, con vocación de servicio y como garantes de quienes aspiran a mantener o recuperar su salud. Es urgente que el Gobierno les proporcione lo necesario para que realicen su trabajo con las mayores posibilidades de éxito y con las menores posibilidad de riesgo.
Es momento de que a los Médicos, Enfermeras, Laboratoristas clínicos, camilleros y paramédicos se les otorgue seguros de vida para proteger a sus hijos y familia, que se les dé un salario digno y un “bono económico” por riesgo de trabajo, pero, aunque algunos consideren que es un acto de ego, es fundamental que el gobierno y la sociedad de todo el país les reconozca su trabajo y entrega.
Todos tenemos total seguridad de que el mundo ya no es el mismo ni lo será al concluir la crisis de salud. Aún faltan muchos capítulos por escribir, los efectos en todos los ordenes de la vida aún no los podemos precisar.
Ojalá esta lastimosa experiencia nos permita crecer como personas y como sociedad, es deseable que hayamos aprendido el valor de lo sencillo y práctico, de la importancia de las personas por sobre los bienes, del significado de vivir con responsabilidad ambiental, en armonía con quienes nos rodean y en unidad en la diversidad. Si no cambiamos y nos mantenemos como si nada hubiera pasado será como decía el Filósofo de Güémez… “Estamos como estamos… porque somos como somos”.