Dr. Rogelio Díaz Ortiz
Uno de las debilidades que posee el sistema de administración pública en nuestro país es el “reinventarse” cada tres o seis años e incluso cuando se realiza algún relevo institucional.
Suele ser frecuente consecuencia de “improvisar” la obtención de resultados no deseados e imprevistos.
El éxodo recurrente, la rotación excesiva de personal e improvisación en el desempeño de funciones y responsabilidades suele causar un retraso en la obtención de resultados eficientes y eficaces.
Este fenómeno laboral provoca adicionalmente incertidumbre económica, pobre motivación y equivocaciones en el desempeño del puesto más allá de lo deseable.
En otras latitudes la profesionalización del servicio público es contundente realidad, la selección del personal se da cuidando perfiles y experiencias, actitud y aptitud, por lo que no es extraño que el resultado sea la estabilidad de las instituciones y la previsión exitosa de los resultados.
A diferencia de lo que sucede en el sector privado ha sido lastimosa costumbre el que en la administración pública los puestos, de todos los niveles, son consecuencia de identidad política, compromisos de campaña, familia, compadrazgos y hasta suerte.
El desempeño responsable y exitoso no es garantía de continuidad, sino que muchas veces solo se hizo “atractivo” el puesto para quien desde afuera esta esperando ingresar a la nomina de esa dependencia gubernamental.
Durante varios años la profesionalización de ciertas tareas fue respetado, tal es el caso del personal operativo de la Comisión Federal de Electricidad, la Secretaría de Relaciones Exteriores, Petróleos Mexicanos e incluso el sector salud.
Sin embargo, en tiempo reciente todo puesto ha sido sujeto a ser utilizado como moneda de cambio sin importar experiencia, preparación ni perfil que no sea el que exige lealtad a ciegas.
De esta manera, encontramos historiadores responsables de acciones de salud, abogados laborando en tareas administrativas, médicos en funciones alejadas de cualquier paciente, consultorio u hospital, además de muchas jefaturas y direcciones “comandadas” por personas sin historial académico ni experiencia laboral alguna.
Ya era lastimoso encontrar como Diputados locales y federales a individuos que medio saben escribir y leer para que este ejemplo cundiera hacia toda la estructura gubernamental.
Durante mucho tiempo los integrantes del Servicio Exterior, diplomáticos, cónsules y embajadores, fueron orgullo nacional por su profesionalismo e integridad, hoy en día son rechazados o ampliamente polemizados por propios y extraños, observándose una vez más que las improvisaciones suelen costar caro.
Profesionalizar el servicio público sería garantizar lealtad institucional y provocar certidumbre laboral expresada en curvas de aprendizaje cada vez más cortas y menos onerosas, en el diseño y ejecución de planes de desarrollo institucional, local, regional o nacional de largo alcance y visión.
Nos quejamos del trato que recibimos cuando acudimos a solicitar un servicio, en casi todas las dependencias públicas, de engorrosos tramites burocráticos, de falta de criterio para tomar decisiones, de largas filas para pagar todo tipo de impuestos, de apatía e insensibilidad de los funcionarios públicos, pero a pesar de todo ello… se sigue improvisando.
Cuando el burócrata ya aprendió, si no se ha sindicalizado, se le despide y el ciclo de improvisación se reactiva hasta que haya un nuevo cambio de jefe, alternancia política o simplemente un nuevo período gubernamental, perdiéndose “aprendizaje”, experiencia, identidad y pertenencia en un claro desperdicio de tiempo y dinero.
Es momento de trascender siglas, colores, partidos y caudillos para mirar al futuro con posibilidades reales de éxito y resultados positivos.
No se debe temer a la inteligencia ni menospreciar preparación y perfil de quienes aspiran a integrar al servicio público como proyecto de vida, más bien se les debe dotar de motivación, herramientas de trabajo, capacitación permanente, reconocimientos y estímulos a la productividad, certidumbre laboral y escalafón que reconozca su desempeño y logros.
De este modo, podremos aspirar a contar con servidores públicos e instituciones eficientes y eficaces, con calidad y calidez, transparencia y resultados.
De otra manera, seguiremos inmersos en un círculo perverso que dilapida recursos humanos, inventa puestos e improvisa sin importar el costo a la nación.
La profesionalización del servicio público no es una panacea ni el único camino para lograr la satisfacción de los usuarios, pero si es una herramienta que facilitaría a todos los burócratas realizar su trabajo bien y de buenas, más o menos como todos lo deseamos.