Dr. Rogelio Díaz Ortiz
En los últimos días hemos sido impotentes testigos de la furia de la naturaleza expresada en ciclones, terremotos, lluvias atípicas y contrastantes zonas áridas, todo ello en nuestro país.
Nuevamente el mes de septiembre es escenario del movimiento de la tierra expresado en “temblores” que han marcado el pasado reciente de los mexicanos.
Manifestaciones de pánico, tristeza y dolor se han vivido de manera especial en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán y la Ciudad de México, pero sin poder excluir al resto de las entidades del país.
La conciencia colectiva se ha visto afectada ante la desgracia de nuestros connacionales por lo que de inmediato de todas partes surgió la solidaridad y el apoyo sin importar siglas, colores ni partidos políticos en un contundente ejercicio de amor al prójimo y de unidad en la diversidad.
De hecho, como siempre, las acciones ciudadanas rebasaron con mucho a las autoridades ya que mientras hombres y mujeres, jóvenes y adultos hicieron presencia de inmediato para expresar solidaridad y apoyo, los gobernantes llegaron en búsqueda de la mejor foto y con mensajes poco congruentes a la urgencia del momento.
El sistemático y constante daño al planeta ha cobrado factura, el cambio climático dejo de ser amenaza para convertirse en cruda y dolorosa realidad.
La alteración del biorritmo de la tierra causado por la contaminación del aire, agua, paisaje y entorno en general ha prendido los botones de alarma en angustiante llamado para revertir la situación.
Las pruebas nucleares realizadas en otras latitudes han contribuido a lo que hoy padecemos y genera un exigente llamado para que cesen en su totalidad.
La deforestación de nuestros bosques y selvas, la industrialización sin control, el derroche de energía, la acumulación de basura, la corrupción que permite la construcción de espacios públicos, escuelas, casas y edificios con materiales de dudosa calidad, el asentamiento de viviendas en los bordes de los ríos, el deficiente mantenimiento a las calles, carreteras y caminos, el discurso por encima de los hechos, la simulación en la aplicación de medidas de prevención de desastres, el rating por encima de la verdad son todos ellos ingredientes de la desgracia que hoy vivimos.
Hay quien afirma que todo se debe a una nueva frecuencia energética de la Tierra, otros más señalan que son accidentes aislados aunque en contraste hay quien comenta que se avecinan sucesos similares o incluso de mayor intensidad en la denominada “Falla de San Andrés”, unos más dicen que es un llamado a nuestra conciencia para tratar con respeto y amor al planeta; para dar importancia a lo que realmente lo tiene, para vivir con intensidad, paz, armonía, respeto y amor en jornadas renovables de 24 horas.
Hoy este nuevo “saludo” de la naturaleza nos debe motivar para reconocer el tesoro de la vida, olvidar diferencias, valorar amigos, patrimonio y familia.
Son muchas las formas en que se puede apoyar, la primera es no esparcir rumores catastrofistas, tomar medidas personales y familiares de prevención de desastres, donar en especie o dinero a instancias que nos garanticen que el recurso llegara a su destino.
Existe un creciente movimiento ciudadano que exige la donación total de los recursos económicos que los partidos políticos tienen presupuestados para las próximas campañas electorales.
Otros más, exigen se restablezca el Fondo Nacional para desastres que recientemente fue extinguido por el gobierno federal.
No existe claridad sobre la posibilidad legal de hacerlo, pero si la necesidad de voluntad política para que se realicen las reformas legales necesarias para que sea posible, cuando menos en un porcentaje razonable.
Más allá de este apartado político no olvidemos la lección que el planeta nos ha dado, de ello depende nuestro presente y futuro.