Dr. Rogelio Díaz Ortiz
El 23 de octubre se festeja el “Día del Médico” por lo que por los cuatro puntos cardinales se realizan ceremonias en las que se resalta su importancia y contribución a la sociedad.
Suelen ser eventos gratos pero selectivos que impiden la presencia de todos quienes debieran, se enaltece a algunos, pero se olvida a muchos profesionales que han dedicado su vida a salvo guardar la salud de sus pacientes, aún en condiciones desfavorables, son los héroes anónimos de la Medicina.
Estudiar, prepararse y finalmente ejercer la Medicina, es un privilegio que no todos tienen, es una distinción que obliga a ser pulcro en el vestir, veraz en los comentarios, prudente en el pensar, humilde y solidario, estudiante permanente y disciplinado, responsable y amoroso con él prójimo, dispuesto siempre a aprender y a trabajar en equipo.
Desde las aulas universitarias el Médico es instruido para entender que su preparación académica no finaliza cuando egresa de la Escuela o Facultad, sino que es un ejercicio permanente, necesario y obligatorio que tendrá que cumplir todos los días de su práctica profesional ya que no hacerlo le convertiría en una amenaza y un peligro para sus pacientes.
Aprende que en esta profesión no existe horario ni fecha que le exima de la responsabilidad de atender un paciente.
Semana Santa, navidad, cumpleaños, fin de año y demás festividades quedan de lado ya que se antepone el deber con sus pacientes a cualquier celebración social.
Cuando un Médico se titula jura honrar y aplicar los principios Hipocráticos que le exigen: “Jamás dañar, preservar la vida, honrar a sus maestros y enseñar a sus alumnos, a que la salud de sus pacientes sea el paradigma primario de su actuar, a no traicionar jamás la confianza de su paciente ni comentar a otros lo que en consulta le ha sido informado, a ver a sus colegas como sus hermanos, a intentar siempre coadyuvar a que su paciente tenga calidad y en lo posible cantidad de vida, acompañarle en el momento de su partida de este plano físico siempre respetando sus derechos, voluntad y dignidad.
De manera personal, he de presumir que integro a la generación 1974 – 1979 de la Facultad de Medicina “Dr. Ignacio Chávez” de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Generación históricamente numerosa, ingresamos alrededor de 1750 alumnos y egresamos cerca de 600, provenientes en su mayoría de los estados de Michoacán, Sinaloa, Sonora, Baja California, Zacatecas, Durango, Nayarit, Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes, Colima, Querétaro, así como de Honduras, Nicaragua y Haití.
Desde el primer año aprendí con mi Maestro de Embriología, Doctor Adolfo Alvarado Villaseñor, a portar con orgullo y responsabilidad la bata blanca que distingue a los profesionales de la salud.
Recibí la oportunidad de acudir como febril observador e insipiente practicante a la Clínica Hospital del IMSS en la ciudad de Morelia, la cual se convirtió en mi segundo hogar durante toda la carrera.
Ahí recibí generosos consejos y enseñanzas de parte de los Doctores Emigdio González Campos, José Ayala García, Fernando Rojas, José Luís Calderón y de manera especial de mi mentor, Adolfo Alvarado Villaseñor, quien me invito a ser su ayudante en el quirófano y su adjunto en la cátedra.
A partir del segundo año de la carrera disfrute de la experiencia de trasladarme, cada seis meses, al Centro Médico Nacional para recibir, durante seis semanas cada vez, adiestramiento especial en la División de Biología de la Reproducción del Departamento de Investigación Experimental a cargo de mi protector y posterior amigo, Doctor Juan Giner Velázquez.
Él me introdujo al estudio de la Biología de la Reproducción, Genética y Andrología abriendo mi conciencia hacia metas desconocidas, en su inicial instauración como parte fundamental de la práctica médica.
El destino me llevó al Hospital de Oncología, al otorgarme los alimentos durante mi estancia, y a convertirse en mi escuela para descubrir los estragos causados por el cáncer, a conocer y aprender de importantes iconos en esta materia.
Recuerdo con respeto, gratitud y admiración a Roberto Garza, Mauricio García Sainz, Guillermo Cassab, Juan Agüero, Luis Benítez, Ricardo Romero Jaime, Luis Krause, Adolfo Isasi y de manera especial a mi MAESTRO y guía Gustavo Gallegos Vargas.
Al lado de todos ellos comprendí por qué, a lo largo de la historia de la humanidad, la profesión médica ha ocupado un lugar tan “especial” en la sociedad debido, entre otras cosas, a su permanente “contacto” con la salud y la enfermedad, con la vida y la muerte.
No puedo omitir que mi formación, en las aulas nicolaítas, estuvo a cargo de extraordinarios Médicos, los cuales fueron inspiración, reto y ejemplo para todos quienes tuvimos la fortuna de recibir sus conocimientos en las aulas de la Facultad, en los Hospitales Civil e Infantil de Morelia.
Con emoción y eterna gratitud evoco a los Doctores Héctor Álvarez Guarneros, Brígido Ayala, Francisco Esquivel, Juan Abraham, Enrique Sotomayor, Adán Lozano, Jorge Vega Núñez, Teodoro Gómez Trillo, Onofre Chávez, Enrique Sotomayor, Rodolfo Téllez, Guadalupe Figueroa, Fabio Torres, Sigifredo Carriedo, Ramón Becerril, Javier Tenorio, Guillermo Chávez, Héctor Terán, Jaime Murillo, Francisco Preciado, Antonio Sereno, Humberto Núñez, Rafael Morelos, Nicanor Gómez, Xavier Larrondo, Felipe Domínguez y José Luis Campos, entre muchos de los brillantes catedráticos nicolaítas de aquella época.
Con sincera humildad he honrado lo aprendido, reconocido mis limitaciones y nunca he dejado de actualizar ni enriquecer todo lo que se relaciona con una mejor práctica profesional.
A lo largo del tiempo, en el ejercicio de la medicina, he tenido la satisfacción de recuperar la salud de muchos, pero también he sufrido la impotencia de no poder hacer nada para evitar la muerte de algunos.
He acudido al consejo de los expertos, pero nunca me he desentendido de un solo paciente. He formado e integrado excelentes equipos de trabajo con el objetivo de brindar una atención integral y multidisciplinaria.
He abierto la mente para conocer y recibir conocimientos de todos orígenes evitando negarle al paciente cualquier posibilidad terapéutica para su mejoría e incluso para intentar salvarle la vida.
Hoy los planes y programas de estudios en las Escuelas y Facultades de Medicina se encuentran en constante revisión ya que mientras algunos “apuestan” por la “tecnificación” e incluso del incipiente uso de la Inteligencia Artificial, otros consideran que debe mantenerse la clásica escuela clínica que magnifica el darle valor a interrogar y explorar cuidadosamente al paciente, estructurando una Historia Clínica completa e integral de donde se partirá al diagnóstico y posterior tratamiento.
El constante aumento en el volumen de información médica ha obligado al surgimiento no solo de especialidades, sino de un creciente número de subespecialidades, pero esto NO debe estar alejado de los conocimientos y principios básicos del ejercicio médico.
Prácticamente en el retiro de mi vida profesional, estoy convencido de que, si volviera a nacer y tuviera que decidir a que dedicarme, escogería sin dudar ser Médico y formarme en las aulas nicolaítas, en las clínicas y hospitales de Michoacán.
Con cariño y nostalgia evoco a quien me enseño que… “La medicina es la más humana de las ciencias y la más artística de las humanidades”