La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), presenta la exposición El hallazgo de Xochipilli-Macuixóchitl en el antiguo barrio de Santa María Cuepopan, dedicada a una escultura de piedra verde de talla excepcional de la última etapa de Tenochtitlan, la cual fue descubierta por arqueólogos de la institución el 17 de julio de 2019, en el cruce de las calles Violeta y Galeana, en la colonia Guerrero.
El director general del INAH, Diego Prieto Hernández, y la secretaria de Cultura de la Ciudad de México, Vanessa Bohórquez López, inauguraron la muestra en la Zona Arqueológica del Templo Mayor. Se trata de la primera vez que se da a conocer esta pieza arqueológica, abundando en su hallazgo, la tradición lapidaria a la que pertenece, el reconocimiento de sus atributos iconográficos y la investigación en torno al personaje que representa.
“Después de permanecer oculto cinco siglos, este Xochipilli de la gran Tenochtitlan, se nos revela aquí, no solo para contemplar el éxtasis que caracteriza a esta deidad, sino para reconocerlo como el portador de buenos augurios, de amaneceres espléndidos, hermosas danzas y poesías, de la felicidad que todos merecemos y anhelamos”, expresó el titular del INAH.
Detalló que el hallazgo de este penate, término usado en la arqueología para referirse a los dioses prehispánicos protectores de los hogares, se registró en el salvamento arqueológico que daba seguimiento a una obra de sustitución de infraestructura hidráulica, a cargo del Sistema de Aguas de la Ciudad de México.
Al respecto, la secretaria de Cultura de la capital refirió que “hace dos años, la Ciudad de México nos reveló uno más de sus secretos, otro espejo enterrado. Las exploraciones que dieron con esta pieza en el otrora barrio de Cuepopan dan cuenta de la riqueza patrimonial que continúa dándonos profunda raíz, resultado de milenios de desarrollo de la civilización originaria, de las mujeres y hombres del antiguo Cemanáhuac”.
Acompañado por la coordinadora general de la Autoridad del Centro Histórico, Dunia Ludlow Deloy, Diego Prieto sostuvo que “la obra pública no necesariamente destruye el patrimonio, por el contrario, contribuye a registrar hallazgos de la mayor importancia, como fue el caso del monolito de Coyolxauhqui, en 1978, por personal de la entonces Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Los proyectos de la capital, así como las obras prioritarias del Gobierno de México, como el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en Santa Lucía, o el Tren Maya, no destruyen patrimonio porque están acompañados por el INAH, institución siempre atenta a estas colaboraciones”.
La directora del Museo del Templo Mayor, Patricia Ledesma Bouchan, anunció que la exposición de la escultura de Xochipilli-Macuilxóchitl permanecerá hasta el 14 de febrero de 2022 en el vestíbulo del nuevo acceso al sitio, para después incorporarse a las colecciones permanentes de este recinto.
Hallazgo, interpretación y análisis
El titular de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH, Salvador Pulido Méndez, destacó que la escultura de poco más de 36 cm de alto, 9.14 cm de ancho, 9.19 cm de profundidad, y 5 kg, aproximadamente, es de las pocas representaciones conocidas de esta divinidad mexica ligada a las artes y las actividades lúdicas. Su recuperación estuvo a cargo de los arqueólogos Daniel Santos Hipólito, Eder Arias Quiroz y Rafael III Lambarén Galeana.
Recordó que hace más de 500 años, en el triángulo que hoy forman las avenidas Reforma Norte, Hidalgo y Eje Central, estaba el barrio de Iztacalecan, “con sus calles de tierra y agua”, perteneciente a Cuepopan, una de las cuatro parcialidades o campan de Tenochtitlan. Durante el virreinato, el lugar fue bautizado como Santa María Cuepopan y después renombrado Santa María La Redonda.
Originalmente, la calle Violeta era una acequia que servía para comunicar al oriente y poniente de la ciudad, por lo que continuaba hacia lo que hoy es República de Perú, Apartado, Peña y Peña, hasta llegar a Avenida del Trabajo; sin embargo, las constantes inundaciones y los problemas de salubridad obligaron a cegar paulatinamente muchos de estos canales, mediante el uso de escombro.
Justo en uno de esos rellenos, a 1.5 y 3 metros de profundidad, el 17 de julio de 2019, arqueólogos de la DSA se percataron de la existencia de esa figura que, salvo la pérdida de un fragmento de su nariz, estaba en perfectas condiciones. Cotejando en códices como el Borbónico y los Primeros Memoriales, se dieron a la tarea de identificar la divinidad a la que hace alusión: Xochipilli-Macuilxóchitl.
El personaje aparece sentado luciendo un maxtlatl o taparrabos, y porta atavíos y joyas propios de la nobleza, como lo indica su nombre, “el del linaje de la flor”: líneas onduladas alrededor de la boca, una diadema de chalchihuites (piedras verdes), orejeras, bandas verticales sobre la nuca, un collar del que penden tres chalchihuites, un colgante de chalchihuite en su ombligo, restos de un omichicahuaztli (instrumento musical hecho con hueso) en la mano derecha, y un chimalli (escudo) con su flecha o dardo para atlatl, en la izquierda.
Xochipilli y Macuilxóchitl son dioses estrechamente relacionados, de manera que la escultura muestra atributos del primero como el tocado, el collar con chalchihuites y el chimalli. De la segunda divinidad destaca la pintura bucal semejante a una flor, pero que en realidad representa la palma de una mano.
Macuilxóchitl-Xochipilli, cuyo nombre calendárico es 5-Flor, estaba vinculado con la alegría, la música y el canto, así como con el sol naciente, el sol del amanecer, el sol niño. Tenía un papel importante en las veintenas 7 y 8, Tecuilhuitontli y Huey tecuilhuitl, cuando los nobles participaban en banquetes, danzas y cacerías, y le rendían honores.
Pese a que la escultura no fue hallada en su contexto original, sino como parte de un relleno junto con fragmentos arqueozoológicos, cerámicos y líticos, su antigüedad se puede deducir por el área donde se encontró. Al encontrarse en las orillas del antiguo campan de Cuepopan, debió ser manufacturada hacia la última etapa de Tenochtitlan, finales del siglo XV e inicios del XVI, cuando la ciudad alcanzó su máxima expansión.
Los especialistas realizaron la toma de muestras para el análisis de sus huellas de manufactura, mediante microscopio electrónico de barrido, seleccionando áreas con detalles evidentes, como el tocado, la nariz, las orejas, el pecho y los artefactos que sostiene en las manos.
Con base en esa observación, el experto en lapidaria del Museo del Templo Mayor, Emiliano Melgar Tísoc, determinó que la talla fue elaborada en mármol jaspeado, roca metamórfica con vetas de serpentina, cuyo banco de material se ubica en la zona de Huitzo, Oaxaca, de donde la piedra debió ser enviada a Tenochtitlan. De acuerdo con el investigador, este tipo de piezas comenzaron a manufacturarse en el gobierno de Axayácatl, entre 1469 y 1481.