Dr. Rogelio Díaz Ortiz
Me han solicitado recordar el tema relacionado a la importancia de las palabras y el valor del silencio, con agrado comparto mis conclusiones a múltiples lecturas y consejos recibidos a lo largo de la vida, con la esperanza de haber cumplido con este deseo.
Los sonidos transformados en palabras son el mecanismo básico de comunicación entre los seres humanos.
Las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente en las relaciones humanas.
Las palabras curan o hieren a una persona. Por eso mismo, los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio.
Piensa en esto y cuida tus pensamientos, porque ellos se convierten en palabras, y cuida tus palabras, porque ellas marcarán tu destino.
Se afirma que el silencio y la sonrisa son dos armas muy poderosas; la sonrisa resuelve problemas, el silencio los evita.
Piensa muy bien antes de hablar, cálmate cuando estés airado o resentido y habla sólo cuando estés en paz.
De las palabras depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o incluso la guerra.
Si no tenemos nada inteligente que decir es preferible callar. “Jamás inventes con tu boca lo que nos has visto con tus ojos”.
Las palabras jamás se podrán recoger una vez que han salido de nuestra boca, ellas tienen mucha fuerza, con ellas podemos destruir lo que hemos tardado tanto tiempo en construir.
“La palabra se debe usar solo cuando sentimos que es más fuerte y valiosa que el PODER que tiene el silencio”.
No en vano mi querido amigo José Luis Gras Garcilazo recomendaba: “Mientras menos que decir… habrá menos que olvidar”.
Cuantas veces una palabra fuera de lugar es capaz de arruinar algo por lo que hemos luchado, cuantas otras una palabra de aliento tiene el poder de regenerarnos y darnos paz.
Las palabras insultantes o despectivas nunca han creado algo edificante. Con el uso de expresiones agresivas, lastimamos a las personas provocando heridas, creando resentimientos y dolor, que tarde que temprano, se volverán a nosotros.
Por esto último, es esencial aprender a que “la crítica no nos destruya y a que el elogio no nos desubique”.
Una persona inteligente ignora cuando es criticada, escucha cuando es aconsejada y se aleja cuando no es valorada.
Debemos aprender a usar las palabras con sabiduría, a entender su valor estratégico, a no usarlas para hablar mal de nuestro país, estado o ciudad, trabajo, jefe, compañeros, familiares o amigos e incluso de nosotros mismos.
Decía mi papá de manera jocosa: “Nunca hables mal del camello porque si lo haces nadie te lo comprará”.
El tono y volumen de nuestras palabras acercan o alejan a la otra persona, mientras más bajo el volumen más cerca estamos del corazón y los sentimientos de quien nos escucha.
Decía con sabiduría mi Mama: “El tonito hace la diferencia… no es lo que dices sino la manera como la expresas”.
Hablar siempre con claridad, transparencia y verdad. Si algo te ha molestado de la otra persona, háblalo en su momento, o hazlo a la brevedad posible, para que el amor y la paz fluyan a través de tus palabras.
Una palabra amable: puede suavizar las cosas.
Una palabra alegre: puede iluminar el día.
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga.
Una palabra de amor: puede curar y dar felicidad.
Una palabra irresponsable: puede encender discordias.
Una palabra cruel: puede arruinar una vida.
Una palabra de resentimiento: puede causar odio.
Una palabra brutal: puede herir o matar.
En fin, las palabras son vivas… ¡Bendicen o maldicen, Alientan o abaten, ¡Salvan o condenan!
“Si todas nuestras palabras son amables, los ecos que escucharemos también lo serán.”
De ti depende si las usas para bien o para mal, tanto para ti como para los demás.
De otra manera, aplica lo que afirmaba mi madre… “Calladito te vez más bonito”, recuerda: “Las palabras no se las lleva el viento”