Dr. Rogelio Díaz Ortiz
En los últimos días se ha cuestionado la calidad, contenido e intención de los libros de texto que se otorgan de manera gratuita a los escolapios del nivel educativo básico en nuestro país.
Algunos afirman que es un material mal hecho, con errores ortográficos y con pobre utilización de herramientas pedagógicas.
Otros más dicen que se aborda sin responsabilidad y cuidado temas en extremo delicados, tal es el caso de la sexualidad o de precisiones históricas.
Hay quienes cuestionan la experiencia y perfil de los “supuestos” autores ya que afirman que carecen de todo, incluso de un titulo profesional que avale sus conocimientos.
Sus autores los defienden a ultranza ya que consideran que han realizado un trabajo editorial que les deja tranquilos y satisfechos.
Algunos gobernadores han anunciado que no permitirán su distribución en sus entidades en tanto que el gobierno federal ha dicho que se entregarán en tiempo y forma en la totalidad del país a finales del mes de agosto del presente año.
Ante todo, ello, el tema ha cobrado especial relevancia ya que es una obligación de la sociedad y del gobierno proteger la formación de la niñez y la juventud del país.
La educación NO debe pintarse de ningún color, no se le pueden colocar siglas ni establecer la memoria histórica a capricho de nadie, mucho menos se le puede utilizar para adoctrinar las blancas mentes de los escolapios.
Si bien la historia la escriben los vencedores es fundamental diluir protagonismos personales para dar paso a la verdad, privilegiando el bien mayor que es la sociedad en su conjunto.
El diplomático estadounidense James Russell afirma que “Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra”
Por ello debemos tener presente que las palabras que les conforman no se las lleva el viento, las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente.
Si estas quedan escritas se convierten en eterno testimonio por lo que debemos estar totalmente seguros de lo que plasmamos para evitar deformar la realidad.
Por eso mismo, los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio.
El contenido de un libro es la manifestación de nuestro mundo interior, al cuidar de nuestro lenguaje le purificamos.
Lupercio Leonardo comento que “Los libros han ganado más batallas que las armas”
Debemos aprender a usar las palabras y los libros con sabiduría, a entender su valor estratégico, a no usarlos para hablar mal de nuestro país, estado o ciudad, trabajo, jefe, compañeros, familiares o amigos e incluso de nosotros mismos.
La bien recordada Ana Frank señaló que: “Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”
¡Las palabras y los libros están vivos!
Los libros enseñan a pensar y encontrarnos con la libertad, son un extraordinario pasaporte al infinito.
Leí en un Tweet que “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”
Dice el filósofo italiano Umberto Eco que: “Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa”
Más allá del debate y la polémica el tema de los libros de texto debe verse con responsabilidad, debatirse con argumentos que les enriquezca y mejore, socializarse con los docentes, expertos y padres de familia.
No se debe tratar de imponer criterios como expresión de poder, ni se debe descalificar como manifestación de “oposición” política.
México requiere de sus mejores hombres y mujeres, ellos se están formando en las aulas, talleres y laboratorios de las instituciones educativas. Tengamos esto en mente para ser generosos en la construcción del modelo de país al que todos aspiramos.
En ello va nuestro presente y también nuestro futuro.
Actuemos de tal manera que en nuestra conciencia y en la de los demás se magnifique los que nos une y nos permite avanzar hacia la consecución de metas superiores.