Dr. Rogelio Díaz Ortiz
No cabe duda que en muchas ocasiones nos “incomodamos” por lo que aparentemente nos hace falta y menospreciamos lo que tenemos.
Nuestra mirada y atención se distrae en lo material, en bienes, objetos, grados académicos, adornos, honores y oropel, brindando escasa atención a lo cotidiano, a la familia, los amigos, la salud y la vida misma.
Prácticamente durante todo el mes de enero he tenido diferentes y delicadas experiencias en las que mi salud se ha visto afectada, rompiendo mi equivocado paradigma de que era prácticamente inmune a cualquier mal o enfermedad.
Entre las afectaciones a mi cuerpo físico y sus implicaciones emocionales, se manifestaron de manera intempestiva y cruda la fragilidad de la vida, el valor del tiempo, la necesidad de contar con fortaleza espiritual, valor para enfrentar todo tipo de retos, humildad y fe para “intentar” negociar con el Creador, así como firmeza para tomar decisiones.
Fueron compañía el Miedo a la verdad, pero también a lo desconocido, impotencia para controlar lo que no esta a tu alcance, búsqueda de soluciones mágicas, enumeración de supuestos pendientes, aflicción, intención de aligerar el viaje, reflexión, negación, propósito de ordenar todo aquello que pueda significar conflicto presente o futuro, ejercicio de jerarquías y todo ello con las emociones a flor de piel.
La disyuntiva entre callar, comunicar y compartir tu preocupación con la familia o amigos, el “recordar” cuanto tiempo ha pasado desde que acudiste con un médico, ¿preguntarte en donde están los “últimos” estudios de laboratorio y gabinete que te practicaste?, decidir acudir a solicitar atención a las instituciones de salud en las que has cotizado, toda tu vida, o buscar al más sabio y efectivo galeno particular.
En automático inicias el reconocimiento de tus antecedentes heredofamiliares de salud y enfermedad, a “darte cuenta” que ya formas parte de la población que rebasa los sesenta años y que con ello has ingresado a nuevas vulnerabilidades, al cambio en tu masa muscular y quizá también abdominal, que tus reflejos son más lentos, que tu vista requiere del refuerzo “forzoso” de unos lentes, que empiezas a tener algunos “olvidos”, que tu andar se ha hecho más lento, que si lavas o enceras de manera personal tu automóvil al día siguiente te duele todo el cuerpo… en fin, ¡que te encuentras en otra etapa de tu vida!
Con disciplina más que por voluntad, acudí a practicarme una larga lista de estudios de laboratorio, visité a un viejo amigo y maestro para que me practicara estudios radiográficos y de ultrasonido.
La presencia de mi hermana PERITA y el de mis padres fueron más que visiones o sueños al convertirlos en gestores de tiempo y quizá de otra oportunidad.
El transcurrir del tiempo en espera de los resultados fue lastimoso y paradójico, el cantar de los pájaros me sonó diferente, el luminoso atardecer me pareció excepcionalmente bello, el cansancio mental contrastaba con cierto temor de cerrar los ojos y quedarme dormido.
Mientras tanto, mi entorno atendía sus propias necesidades, la incertidumbre crecía con cada minuto sin respuesta, en tanto que mis familiares empezaron a preguntarme si todo estaba bien.
Los resultados del laboratorio empezaron a llegar, a cuenta gotas, a mi correo electrónico. A solas, con lentitud y los lentes puestos inicie la revisión de cada uno de los valores obtenidos en mi sangre, los leí un par de veces en voz alta… con cierta incredulidad interprete que cada uno de ellos se encuentra en valores normales.
Envalentonado por el resultado acudí a mi cita con el radiólogo y ultrasonografista quien con paciencia, pericia y extremo cuidado me reviso para concluir que su inicial “sospecha” de pancreatitis o cáncer de páncreas se había desvanecido.
El encuentro casual con un par de amigos fue un bálsamo para el espíritu, la lectura de alguna de las obras de Jorge Bucay me provocó una reconfortante sonrisa, la fe en una nueva oportunidad se acrecentó.
Después de múltiples reflexiones decidí solicitar la opinión de un prestigiado médico, con la conciencia plena de acudir a su consulta como un paciente más, comprometiéndome conmigo mismo a que mi formación como Médico no entorpeciera el trabajo del especialista.
Fui recibido con amabilidad y extrema cortesía, con profesionalismo fui interrogado y posteriormente hábilmente revisado.
Mi preocupación inicial fue cediendo poco a poco ante la experiencia y la afectuosa voz del Doctor, quien con paciencia me explico el origen y estado actual de todos mis síntomas, para pasar el “balón a mi cancha” con una contundente lista de recomendaciones y un par de medicamentos, haciendo ambos el compromiso de volver a encontrarnos en unas semanas.
La tranquilidad volvió a mi conciencia, el agradecimiento al Creador por una nueva oportunidad es y será eterno, el talento y capacidad de los Médicos que me atendieron me han quedado como ejemplo.
Con el transcurrir de los días los síntomas fueron mejorando y hoy en día han desaparecido, pero aún faltaba una prueba más.
Se me hizo fácil mover, unos metros, unas losetas de cantera… el resultado fue una muy severa y dolorosa distensión muscular que me recordó que los años de mi perfecto estado físico han pasado.
Acudí a terapia, incorporé medicamentos a mi cotidianidad y durante varios días fue necesario el uso de un bastón para poder desplazarme de un lado a otro.
Las lecciones de estos días me han llevado a disfrutar cada respiración, a paladear mis alimentos, a observar la belleza del firmamento, a sentir y agradecer cada latido del corazón, a valorar mi hogar, el poder caminar sin ayuda, el amor incondicional de mi familia, la solidaridad de mis amigos y la bendición misma de la vida.
Sin duda era necesario vivir esas experiencias para ubicarme, para entender el aquí y ahora, para hacer planes de corto plazo viviendo con intensidad paso a paso y minuto a minuto, para viajar ligero, para recordar y agradecer la existencia de Dios y depositar en él fe y esperanza.
Aquí sigo y seguiré mientras el no disponga otra cosa.