Dr. Rogelio Díaz Ortiz
El 13 de septiembre de 1847 un grupo de cadetes que se encontraban en el Castillo de Chapultepec, sede en ese entonces del Colegio Militar, enfrentaron al ejército norteamericano.
Los pormenores del suceso han tenido muchas versiones y se ha convertido en un mito que alienta los principios de identidad, pertenencia y nacionalismo de los mexicanos.
Los historiadores afirman que en el Castillo se encontraban cadetes entre los 12 y los 19 años de edad a los cuales se les ordeno abandonarlo.
Sin embargo, 46 cadetes decidieron quedarse a defender su escuela, haciéndolo con determinación, coraje y heroísmo hasta que fueron apabullados por el número de elementos estadounidenses.
En la conflagración murieron en diferentes situaciones los cadetes Agustín Melgar, Vicente Suárez, Fernando Montes de Oca y Francisco Márquez, el teniente Juan de la Barrera y el mítico soldado del Batallón de San Blas, Juan Escutia.
Quienes narraron los hechos fueron agregando sucesos que se han incorporado al mito de los acontecimientos reales.
Quizá uno de los más emblemáticos es el suicidio de Juan Escutia lanzándose al vacío envuelto en la bandera nacional para evitar que esta fuera tomada por los enemigos.
Se sabe que los norteamericanos muertos en esta batalla fueron enterrados en terrenos que hoy ocupa la Embajada de los Estados Unidos de América en la ciudad de México.
En el año de 1947 en la ladera del costado sur del cerro de Chapultepec se ubico una fosa común en donde se localizaron seis cadáveres a los que integrantes del ejercito mexicano “identificaron” como los de los hoy llamados “Niños Héroes”.
Al día de hoy, no existe constancia científica que avale que esos restos fueran los de los cadetes, pero en memoria a ellos se les ubico en el denominado “Altar a la patria”, instalándoles en la conciencia colectiva como ejemplo de amor a México.
Desde entonces y hasta la fecha, se han editado libros, acuñado monedas, impreso billetes, designado calles y colonias con su nombre, llevándolos a la inmortalidad y transformándoles en inspiración para la niñez y juventud de nuestro país.
Sin duda que siempre ha sido difícil identificar liderazgos, personas y personajes de “carne y hueso” que motiven a los demás a seguir un ejemplo de disciplina, trabajo, honestidad, responsabilidad y éxito.
De ahí que se haya creado, personajes ficticios como Superman, Batman, Flash, la Mujer Maravilla, Thor y demás “héroes” de los comics surgidos de la fantasía e imaginación extranjera.
Desde temprana edad los niños en México tienen como modelo a seres imaginarios que ostentan poderes, valores y antivalores que se “incrustan” en su cotidianidad y juegos.
Algunos buscan llenar este hueco en el deporte pero se encuentran con escasas figuras mexicanas que puedan compararse con “estrellas” como Michael Jordán, Tom Brady, Leonel Messi, Cristiano Ronaldo, Shohei Ohtani, Michael Phelps, Carl Lewis o Marx Verstappen.
Escasos y poco reconocidos son los mexicanos que han obtenido un Premio Nobel, un Oscar u otro galardón internacional.
Los mexicanos nos hemos tenido que “conformar” con El Santo, Hugo Sánchez, Fernando Valenzuela, Julio César Chávez, el “Tibio” Muñoz, Checo Pérez y recientemente con los cineastas Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu.
De ahí que gobiernos de todas las entidades políticas han intentado y seguirán buscando “crear” sus iconos y héroes, contar su propia historia, construir mitos, destruir sucesos y recordar solo lo que no quieren que se olvide.
Mito o realidad, hoy recordamos a seis mexicanos que fueron diferentes, a quienes privilegiaron el amor por la patria por sobre una orden que les indicaba abandonarán la trinchera, a quienes se les ha “otorgado” la responsabilidad de ser inspiración, reto y ejemplo para la niñez y juventud de nuestro país.
Hoy en la imaginaria de todos esta “encontrar” a quienes sepan representar los auténticos valores de los mexicanos, a quienes se olvidan de excusas y a pesar de todo triunfan, a los que contra la adversidad insisten y logran llegar a su objetivo.
Estoy convencido que en cada mexicano esta “latente” la posibilidad de brillar y lograr ser el mejor entre los mejores.
No digo que sea fácil, pero es posible.
Será tarea a vencer pasar del escenario del discurso a la contundencia de la acción, el recordar que el camino hacia la obtención de metas superiores se encuentra “pavimentado” de fracasos a los que yo defino como “aprendizajes”.
El único que jamás se ha equivocado o tenido un fracaso es aquel que nunca ha hecho nada.
Recuerdo con emoción la afirmación plasmada por Og Mandino en su libro “El vendedor más grande del mundo”: “El fracaso no me sobrecogerá nunca si mi determinación para alcanzar el éxito es lo suficientemente poderosa”
Estimado lector o escucha… usted tiene la mejor opinión.