Dr. Rogelio Diaz Ortiz
Transcurren los minutos, las horas y los días recibiendo información relacionada con el conflicto bélico entre Ucrania y Rusia.
De inmediato han aflorado emociones y sentimientos que reclaman unidad, respeto, convivencia, tolerancia, dialogo y de manera reiterada paz.
Sin transición hemos tenido que “aprender y desaprender” con rapidez a recordar los efectos de una guerra, a revisar su impacto en materia económica, de migración, energética, de salud y estabilidad en todo el mundo.
Hoy nuevamente la intolerancia de los “líderes” de los países poderosos se disputan intereses que menosprecian la vida humana, destruyen familias y hogares enfrentando a ejércitos de “enemigos” que no se conocen ni se agredieron de manera personal.
Con maldad se ejerce el poder por el poder invadiendo fronteras, lastimando “inocentes” cuyo único pecado es haber nacido en esa latitud y que se ven obligados a defender su hogar o a buscar refugio en otros países dejando atrás todo lo que tenían.
Se ha reiterado, como en casi todo, diferentes versiones de un hecho que “justifican” el actuar de las personas.
El tiempo ha cobrado otra dimensión, transcurre de una manera “diferente”, el tic tac del reloj es el mismo pero su interpretación y aplicación nos ha llevado a explorar nuestra creatividad para hacerlo significativo y trascendente.
Una vez más, nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, de como en un abrir y cerrar de ojos se diluyen orígenes y posiciones económicas, grados académicos, compras, bienes, viajes, oropel y ego.
Con dificultad, pero ha “cobrado” consciencia la importancia del bien colectivo sobre el individual, de que vivimos en una aldea global que reclama la utilidad de convivir y trabajar en equipo, de saber que las acciones de unos ejercen influencia definitiva en el futuro de todos.
Hemos avanzado desde la sorpresa y la negación a escenarios de miedo e incertidumbre que nos paralizan y ponen en riesgo el presente y futuro de la humanidad.
Creí firmemente que la pandemia nos “humanizaría” pero me equivoque ya que la ira, la división y el enojo pululan por los cuatro puntos cardinales de la Tierra.
Hace ya bastantes años que la pedagoga y educadora María Montessori afirmo que… “Todo el mundo habla de la paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”
El reto no es sencillo ni de corto esfuerzo, sino que reclama sensibilidad, constancia, liderazgo, responsabilidad y amor incondicional por el planeta, por los demás y por uno mismo.
Todo ello sin límites ni condiciones, no permitiendo que actos perversos le intenten poner siglas, colores o caudillos.
Hoy es una exigencia vital sincronizar nuestros sentimientos y emociones para identificar y magnificar coincidencias, para hacer del dialogo y la concertación herramientas que permitan diluir aparentes diferencias para, a pesar de todo, poder convivir con armonía, amor y paz verdadera.
Hoy debemos ser cautos y selectivos con la inmensa información que recibimos, no toda es cierta, ya que puede provocar ansiedad y estrés, inquietud e impotencia.
No podemos permitir que el miedo ingrese a nuestra cotidianidad ya esto dañaría tanto o más que la misma guerra.
Debemos aprender de esta experiencia para que cuando pase, que así será, no repitamos todo aquello que nos ha dividido, destruye, lastima y colapsa el entorno poniendo en serio riesgo la sobrevivencia de la estirpe humana.
Al tararear algunos temas de los Beatles encontré especial sensación al recordar su afirmación… “Todo lo que necesitamos es amor”.