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De nuevo, el Huehuetéotl de Cerro de las Mesas da la bienvenida al público del Museo Nacional de Antropología

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Una de las deidades más antiguas y extendidas del panteón mesoamericano es Huehuetéotl, sin embargo, de todas las representaciones conocidas del “dios viejo del fuego” ninguna impresiona tanto por su realismo como la descubierta hace más de 80 años en Cerro de las Mesas, Veracruz. Se trata de una escultura en barro de tamaño natural que ha sido recientemente intervenida para su conservación, posibilitando su exhibición de forma segura y estable en el Museo Nacional de Antropología (MNA).

La deidad, representada como un anciano encorvado, cuyos brazos y manos reposan sobre sus piernas en posición de loto, fue elegida junto con otras 12 obras emblemáticas de la colección arqueológica del MNA, para formar parte de un proyecto integral de conservación y restauración promovido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Gracias a esta iniciativa, la cual contó con el financiamiento del Bank of America, monumentos de gran importancia dentro del discurso museográfico del recinto, como Coatlicue, diosa mexica de la tierra, las cabezas colosales olmecas, el Chac Mool de Chichén Itzá, el Dintel 26 de Yaxchilán, así como el Guerrero Coyote y los atlantes de la Sala Tolteca fueron sometidos a diferentes procesos de restauración, como limpiezas superficiales y tratamientos de reintegración mínima.

No obstante, dos obras requirieron de un estudio e intervención multidisciplinarios: el Relieve de Placeres de la Sala Maya, y el Huehuetéotl de Cerro de las Mesas, de ahí que este último haya tardado en reincorporarse al acervo expuesto, pero lo hace en un lugar de honor: la Media Luna del museo, donde fue montada como pieza del mes para arrancar este 2022.

La subdirectora de Arqueología del MNA, Laura del Olmo Frese, recuerda que la escultura de Huehuetéotl fue descubierta hace 80 años en la cuenca baja del río Papaloapan, durante las excavaciones comandadas por Matthew Williams Stirling, las cuales auspiciaron el Instituto Smithsoniano y la National Geographic Society.

Lo primero encontrado por los arqueólogos, refiere, fue un recipiente circular que contenía los brazos y las piernas del personaje. Debajo encontraron el torso con los restos óseos de un infante en su interior. A metros de ahí se localizó la cabeza, pero en un inicio no se identificó como parte de la misma pieza. Cabe mencionar que esta pieza prehispánica fue “matada” simbólica y literalmente, es decir, fue rota para ser sepultada como parte de un ritual.

El coordinador del proyecto de restauración de la escultura, Sergio González García, comenta que el contexto del hallazgo definió las primeras interpretaciones de los arqueólogos. Se dedujo que era una representación femenina y que el recipiente circular correspondía a un trono donde esta iba sentada.

Lo anterior condicionó las decisiones de su primera restauración. “Fue intervenida entre 1941 y 1950 en el Museo Nacional, siguiendo los criterios de restauración de esa época. La estructura de los brazos y las piernas se hizo de fragmentos de varillas y pernos de madera, y se rellenaron de yeso y cemento. El torso se reforzó por dentro con mallas metálicas embebidas en cemento y muchas capas de resinas diferentes, y el brasero, con una estructura de alambrón embebida también en gruesas capas de yeso”.

A su vez —detalla el especialista—, al intentar articular el personaje, y dado que no existía la parte correspondiente a la cadera, resultó imposible colocar las piernas en la posición correcta. Esto produjo una alteración en el orden natural de la figura antropomorfa, cuyas proporciones anatómicas “son tan reales que hasta asusta. ¡Parece un viejito de verdad!”, exclama.

La escultura tardó una década en ser restaurada, ya que fue hasta 1950 cuando el arqueólogo Alfonso Caso señaló que su iconografía correspondía a Xiuhtecuhtli o Huehuetéotl, y que el trono era en realidad un brasero, elemento imprescindible de esta divinidad, mientras que el símbolo que rodea al fogón, el quincunce, alude a los cuatro rumbos y al centro del universo, donde reside tal dios.

La restauración

En el año 2010, se elaboró un dictamen del estado de conservación de la pieza, el cual arrojó problemas estructurales resultado del envejecimiento de los materiales de restauración, errores de armado y desfases en las uniones, aparte del excesivo peso adicional derivado de rellenos de cemento y refuerzos internos. La escultura pesaba 74.3 kilogramos y tenía fisuras en ambos brazos.

Su estado general era inestable, y otro factor que se sumaba era el estrés por los movimientos de montajes, embalajes y traslados, ya que el Huehuetéotl es una pieza socorrida en exposiciones itinerantes, dentro y fuera del país, como Teotihuacan: Ciudad de dioses, presentada hace diez años en París, Zurich, Berlín, Roma, Barcelona y Madrid.

Con base en este diagnóstico, en febrero de 2019 inició su restauración integral con la eliminación de las intervenciones anteriores y de los materiales añadidos, para dejar los fragmentos limpios. Su unión se realizó con materiales reversibles y se corrigieron los errores de armado y desfases detectados, colocando una nueva estructura interna, más ligera, y ahora pesa 44 kilogramos.

El equipo de restauración, integrado además por Damaris Aguilar Jiménez, Karla Valeria Hernández Ascencio, Felipe Coraza Arguijo (q.e.p.d.), Alfredo Ortega Ordaz y Ricardo Ángeles Reyes, reforzó el torso con mallas de fibra de vidrio adheridas con resinas sintéticas, y procuró que la estructura de los brazos fuera continua a través de la espalda. Como no existían puntos de unión entre la cabeza y el torso fue necesario diseñar un sistema especial que la mantuviera en su posición mientras se aplicaban las pastas estructurales.

Sergio González detalla que el brasero está formado por más de 300 fragmentos y requiere un soporte estable para ser cargado por una barra interna, por lo que se añadieron refuerzos radiales que reparten el peso de forma equilibrada al resto del cuerpo del personaje.

Para el armado de los cuatro elementos que componen esta escultura se diseñó un soporte interno que cumple tres funciones: mantener la altura del torso, cargar el brasero y colocar las piernas cruzadas en posición correcta, de acuerdo a las marcas existentes en los tobillos del personaje.

“En el Museo Nacional de Antropología pensamos que la pieza debe contar su propia historia, por lo que en la restauración dejamos evidentes las uniones de los fragmentos. La información que ofrece parte de su material original, de las cicatrices adquiridas con los siglos, entre ellas las derivadas de su propio entierro.

El Huehuetéotl de Cerro de las Mesas se restauró con el objetivo de dotarlo de una estructura interna estable y presentarlo en su posición correcta, posibilitando su apreciación de una forma más cercana a como pudo ser originalmente y denotando esa parte de su historia, cuando fue roto, cuidadosamente acomodado y enterrado para protegerlo”, concluye el experto.

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